El Diablo de la Botella

Por: Heberth López Lluén - 1º "A"

Hubo una vez un hombre de la isla de Hawai, a quien el autor llama Keawe, él era pobre, valiente y activo, además era un marinero de primera categoría. Con el tiempo, quiso conocer ciudades extranjeras y viajó a San Francisco. San Francisco es una gran ciudad; tiene un gran puerto, y hay muchísimas personas ricas; y, en particular, hay una colina cubierta de palacios. Por esta colina precisamente, estaba paseando y se detuvo a observar una hermosa casa. Pronto salió el propietario y lo invitó a pasar.

Él le contó a Keawe la historia de una mágica botella, en la cual, vivía en su interior el diablo. Esta botella concedía todos los deseos a quien la tuviera en su poder, pero tendrías que pagar un precio muy alto por ella, no en el sentido económico, sino que tendrías que venderla antes de morir a un menor precio de lo que te costó, ya que si no hacías eso, te ibas directamente al infierno.

Al principio, Keawe no se creyó todo esto, pero luego lo demostró, ya que le entregó al propietario cincuenta dólares por la botella, y cuando la tuvo, le pidió a ésta que le devolviera su dinero y así fue. Luego, le contó todo esto a su amigo Lopaka y él no le creyó, hasta que se fueron a Hawai. Allí, Keawe se enteró de que su tío había fallecido y le había dejado sus tierras en herencia.

Lopaka se puso a pensar que todo eso habría sido obra de la botella, ya que Keawe, sin darse cuenta, había deseado una casa en esa ciudad y, pronto llegó un arquitecto a diseñar su casa nueva, a la que una vez construida la llamaron: “La Casa Luminosa”. Allí, Lopaka le pidió a Keawe de que deseara que el diablo se muestre y así lo hizo. El diablo sacó afuera rápidamente su rostro y los dos se quedaron perplejos.

Satisfecho, Lopaka compró la botella. Pasaron meses y Keawe conoció y se enamoró de Kokua, hija de Kiano. Se puso feliz al conocerla, pero esa alegría, tan rápido como vino, se fue, pues descubrió que tenía el mal chino, la lepra. Tenía que buscar la botella y así fue, después de preguntar por muchas casas, dio con ella, y arriesgándose la compró por un centavo de dólar. Cuando la tuvo, se curó su enfermedad, pero se puso triste por el final que le esperaba.

Keawe se casó con Kokua, pero no le demostraba tristeza, hasta que un día él le contó a ella todo lo que hizo y qué le esperaba. Así que ella decidió ayudarlo. Se le ocurrió una gran idea, ella sabía que en Francia existían monedas menores que un centavo de dólar, llamadas céntimos. Cinco de éstas formaban un centavo. Keawe y Kokua viajaron rápidamente a Tahití, allá, nadie les quiso comprar la botella, ya que creían que estaban locos o poseídos y se alejaban de ellos.

Al ver esto, Keawe ya no podía dormir y a Kokua se le ocurrió un plan muy arriesgado. Kokua salió a la calle y encontró a una anciano que tocía y le dio lástima verlo dormir en un árbol, en esa fría noche. El anciano despertó y se asustó al ver a la que llamaban poseída, pero ella se lo desmintió y le contó todo sobre el diablo de la botella. Le pidió un favor, que él comprara la botella a Keawe y luego ella se la compraría por tres céntimos. Así fue y Kokua logró salvar a Keawe, sin embargo, estaba condenada al infierno, a salvo de venda la botella, pero eso era casi imposible.

Keawe, al vender la botella, le contó todo a Kokua, que tenía escondida la botella, y luego él se fue a celebrar, se encontró con algunos amigos y bebieron juntos, mientras que Kokua lloraba incansablemente. Pronto Keawe regresó y muy sigilosamente abrió la puerta trasera y observó la botella al lado de Kokua. Dio la vuelta y entró por la puerta delantera y ya no vió la botella, sacó dinero y se fue a seguir bebiendo. Era tal como se lo había imaginado. Kokua había comprado la botella para salvarlo, ahora él tendría que salvar a Kokua.
Le dijo a un contramaestre la historia de la botella y él no se la creyó. Keawe le pidió a l borracho contramaestre que le comprara la botella a Kokua por dos céntimos y luego él se la compraría por un céntimo. El contramaestre la compró y en seguida pidió una botella de ron y al darse cuenta de que toda la historia era verdad, ya no le quiso vender la botella a Keawe, a pesar de que sabía cuál era su final si no la vendía. Él le dijo a Keawe que de todas maneras iba a ir al infierno, así que el contramaestre borracho se alejó calle abajo, hacia el pueblo, dejando vivir en paz a Keawe y a Kokua.